Ayer comí con un par de amigos y hablamos un poco de todo, en un momento de la conversación empezamos a hablar de las empresas españolas, concretamente de las eléctricas.
Uno de ellos, que tiene una empresa financiera que tiene que operar en tiempo real con bolsas y fondos de todo el mundo, nos cuenta que, de repente se quedan sin luz.
Todos los sistemas a hacer puñetas.
¡Gran caos!
Cuando por fin logran hablar con la empresa eléctrica –una de las grandes, no recuerdo cuál– y les dice que les ha saltado la conexión porque tienen contratado mucho menos de lo que necesitan.
La pregunta obvia,
¿Y por qué la eléctrica no me han avisado antes?
¡Ah! Eso lo lleva la comercializadora, otra empresa conocida.
Menos mal que mi amigo tenía soportes de todo en la nube y, desde sus casas, todos sus empleados pudieron empezar a trabajar en menos de 24 horas.
Lo increíble es que, con los unos y los otros, tardaron 5 días en restablecer la electricidad.
Igualmente, lo que es sorprendente es que habían estado funcionando con ese contrato durante casi tres años sin problemas.
No es de recibo, además…
¿Somos un país tercermundista?
Lo que está claro es que la competencia no siempre mejora el servicio al cliente y la separación entre productores y vendedores de electricidad juega malas pasadas en España.
En EE.UU. la empresa le habría puesto un pleito a la eléctrica por lucro cesante, que le hubiera costado una pasta gansa.
Aquí protestamos en las comidas con amigos.
Creo que debemos empezar a protestar alto y fuerte.
Con todos…
La experiencia de mi amigo revela una preocupante realidad. La competencia en el sector de las eléctricas no siempre resulta en un mejor servicio para el cliente.
La mejora empieza con nosotros, los consumidores, reclamando nuestros derechos y demandando un servicio eficiente y fiable.
Y como ya lo he dicho antes, el mundo está lleno de oportunidades, unas por innovación y otras por los errores que cometen las empresas y también las administraciones públicas.
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